A MÍ UN HOMBRE NO ME PEGA.

¿Qué te has inventado para poder venir?- preguntó Marta con gesto de complicidad, mientras se sentaba y hacía un gesto al camarero para que le trajera una copa de vino como la que estaba tomando su amiga.
 
-Nada, Raúl es guay. No le importa que quede de vez en cuando con mis amigas para salir. Hombre, si hubieran venido los chicos la cosa hubiera sido diferente. Pensé en no decirle nada, pero luego, bueno, ya sabes, esto es una ciudad pequeña, se hubiera enterado igualmente. ¿Y tú?
 
-Yo le he dicho que mi madre se encuentra pachucha y que iba a quedarme a dormir con ella. La he avisado, por supuesto. Una noche es una noche. No sabes cuánto me apetecía quedar, charlar de nuestras cosas. Entre el trabajo, los críos, la casa…oye, que es imposible salir a mi aire.
 
-¿Vendrá Laura?-preguntó Isa, casi segura de que sabía la respuesta.

-¡Laura! No creo. Alberto la lleva con la correa muy corta, ya sabes que cuando bebe se le suelta la lengua y…bueno, acuérdate de la última vez.
 
Isa se sumergió por unos instantes en imágenes de su amiga Laura pasándolo muy bien en la boda de otra amiga común. Primero estaba un poco alegre, lo normal cuando una no sale mucho y toma un par de copas. Incluso se rieron con ella y sus cosas un buen rato. Estaba radiante. Pero un rato después empezó a llorar, y a decir que era una desgraciada, y a decirle a la novia que había hecho la tontería más grande de su vida., ahí, llorando a moco tendido. Estaba claro que ya se había pasado de copas. Alberto tuvo que llevársela a la fuerza para evitar que el espectáculo fuera a más. Después todo el mundo se quedó murmurando un buen rato. Ya sabían todos que Alberto tenía muy mal carácter, ella misma lo había comentado varias veces con sus amigas, incluso le había dado alguna vez una bofetada, o eso decía ella, que a saber si es cierto. Laura fue siempre un poco fantástica.
 
 Marta la sacó de su embobamiento al decirle:
 
-Chica, yo te lo digo en serio, a mí un hombre me pone la mano encima y sólo lo hace una vez, porque no me ve más el pelo.
 
-¡Acabáramos! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Cambiando de tema, ¿qué tal Raúl con sus nervios?
 
-Pues ahí anda, a veces está muy bien, muy contento, y da gusto estar a su lado, y otras veces, bueno, ya sabes, se la va la olla. Menos mal que ya no la toma con los marcos de las puertas cuando se cabrea. Tuvimos que cambiar uno de cómo lo dejó. Menudo golpe le dio.
 
-Es curioso lo de tu marido, siempre fue muy buena persona. Deben ser los nervios, a veces nos juegan malas pasadas.
 
-¿Qué quieres que te diga? Yo desde que lo conozco es así. ¡Pocas ocasiones especiales me ha estropeado con su mal genio! Aborrecí mis cumpleaños, las reuniones familiares…en fin. Acuérdate de que ni su madre quiere venir a casa si puede evitarlo, por si monta algún numerito.
 
-¡Ay que ver! Y eso que es su madre.
 
-Pues sí. Pero en cuanto puede lo primero que me suelta es que su hijo no era así, que algo habré tenido que ver yo en este tema.
 
-¡Será hija de puta!
 
-No, pero si al final le voy a acabar dando la razón. Si todo el mundo me dice igual, que era un encanto, un chico buenísimo. Y no te digo yo que no, por eso me enamoré de él. Y por eso llevo veinte años aguantándolo.
 
-Claro. Y más viniendo de donde tú venías. Que tú también sabes lo que es meter la pata con un tío.
 
Marta aprovechó para dar un sorbo lento y largo a su copa de vino y sin querer, su mente volvió a los 17 años, cuando aún era casi una niña, y recordó a Pablo, “el elemento” como su madre solía llamarlo. ¡Ese sí que era un sinvergüenza! De día decía que estudiaba, porque lo que era ir a clase, no iba ni la mitad de la semana, y las noches se las pasaba con unas y con otras en algún pub. “Menos mal que me lo quité de encima”, pensó, pestañeando varias veces para salir de sus pensamientos.
 
-A ver, que Raúl es bueno, lo que pasa es que tiene muy mal carácter. Hay que saber cómo y cuándo decirle las cosas, porque si no lo haces bien, ya has perdido la batalla.
 
-Pues mira, ya que estamos aquí hablando de todo. Yo si fuera tú, me divorciaría. 

Marta abrió los ojos como platos.
 
-¿Divorciarme? ¿Y eso? –logró decir con una falsa sonrisa en la cara.
 
-Porque tú trabajas, mujer. No tienes necesidad de aguantar a nadie. Tus críos son ya grandecitos y, oye, que no les vas a causar ningún trauma, total, en casa siempre están viendo malas caras.

-Oye, siempre no…a veces estamos muy bien, viajamos, salimos…
 
-Ya, ya. Si eso lo sé. Pero vaya, que si a mí un tío me monta un pollo cuando le da por ahí, y yo tengo mi trabajito y a mis hijos grandes lo va a aguantar su madre.
 
-A ver, es que tú eres muy exagerada. No es para tanto.
 
Laura dio otro sorbo a su copa de vino y recordó un día en que Marta la llamó llorando como una Magdalena para contarle que Raúl le había hecho las maletas y la había echado a la calle. Literalmente. Le había dicho que la iba a llevar a casita con sus padres para que se la quedaran porque estaba harto de ella. Todo esto delante de la madre de él, que no sabía dónde meterse. Marta lloraba y lloraba, tanto que casi no se la entendía. “¡Qué vergüenza he pasado, Laura! Delante de la madre…y menos mal que el padre se ha hecho el tonto y no ha salido a ver el follón. ¡Es que me ha puesto las maletas en la puerta! Menos mal que la niña no entiende nada aún. De esta no pasa. Me separo y punto. Y si vieras cómo me trató en el centro comercial. Dio media vuelta y se fue, y me dejó allí sin móvil, con el carrito con la cría y las bolsas, cargadas. Vamos, que si no corro detrás, no sé cómo hubiera vuelto a casa. Ni dinero para un taxi llevaba.
 
”La cuarta copa de vino ya había caído y allí seguían las dos solas. Isa, por supuesto, no había aparecido. Y a la única que probablemente vería hoy sería a Lola. ¡Ay, Lola! Esa sí que vivía a gusto, con su buen trabajo, sin hijos, sin pareja fija…Eso debe ser la libertad. Todos los veranos se iba de vacaciones a sitios exóticos, o a cruceros por el Mediterráneo, con una pandilla que tenía, todos solteros también. Tanto Laura como Marta estaban pensando lo mismo sin decir palabra. Se notaba en sus miradas la evocación del sueño hecho realidad, de la libertad más absoluta. Tú sola, sin nadie en el mundo que te diga lo que tienes que hacer, con tu buen sueldo y tus amigos, sin hijos, sin suegros, la pobre hasta sin padres, pues murieron hacía un par de años uno detrás del otro.
 
De repente, Marta preguntó en voz alta:
 
-¿Crees que vendrá Lola?
 
-Seguro. Pero ya sabes cómo es. Tarda siglos en arreglarse. Como ella no tiene a nadie que le meta prisa.
 
-Vaya. Pero mira…tampoco deber ser muy feliz, digo yo, vamos, no es que me lo haya dicho ella.
 
-Hombre, una mujer joven, sola, sobre todo sin hijos.
 
-Eso sí, los hijos son lo mejor del mundo. Yo no cambiaría a los míos por nada. Laura volvió a mirar el reloj.
 
-Pues yo casi que me tomo la copa y me voy.
 
-¿Ya? ¿Pero no íbamos a cenar y a tomar unas copas después?-Sí, pero…me acabo de acordar de que mañana tengo a la familia para comer. Llevamos aquí dos horas y ésta no ha llegado…igual ni viene.
 
-A ti lo que te pasa es que te ha dicho Raúl que no llegues tarde. ¿O no?-preguntó Marta en tono burlón.
 
-Habló la que le ha tenido que decir al marido que se va a casa de su madre a dormir.-contestó Laura algo enfadada.
 
-Es que para una noche que tengo…venga, no te vayas…
 
- Marta, que ya sabes cómo se pone. Y que acabamos de reconciliarnos después del lío que tuvo con la de la cafetería…a ver si esta vez… aunque sea por el niño.
 
-Una copa más y ya está. ¿Vale?
 
Laura se reclinó de nuevo en el asiento en actitud de quedarse un poco más, mientras Marta hacía gestos al camarero para que llenara sus copas. De repente los ojos chispeantes de las dos amigas se encontraron mirándose fijamente. Nadie podría imaginar qué pasaba por sus mentes. Entonces, Marta dijo:
 
-Lo dicho. Que a mí un tío no me pone una mano encima. Hay que tener dignidad en esta vida.


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