¿DÓNDE ESTÁS?




Puede que tú también hayas notado que empiezas a no encajar en la sociedad en la que te ha tocado vivir, que la gente que te acompaña en este camino por la vida está desquiciada, que es prepotente, que vive aislada, que no encuentra placer en nada de lo que hacen y que pagan sus frustraciones con el resto. He encontrado la pregunta, pero sigo buscando la respuesta. Aquí va: 

¿Dónde estás? Y no me refiero a tu cuerpo físico, que puede estar en cualquier parte totalmente huérfano de una mente capaz de dirigirlo. Me refiero a tu verdadero yo, tu mente, tus pensamientos, deseos, planes, capacidad de acción, reacción y emoción. 

Te ves obligado a funcionar en una sociedad que exige que seas mucho más que una persona. Te levantas para ir a un trabajo que ocupa todo tu día, llevas a tus hijos al colegio pensando en todo lo que te espera durante la jornada y los recoges pensando en todo lo que te espera cuando llegues a casa. 

Tienes que planificar y preparar tres comidas diarias, poner ropa a lavar, sacarla, tenderla y recogerla, hacer camas y limpiar baños y cocina y, si tienes la suerte de poder permitirte un amigo perruno, hacerte también cargo de él y sus necesidades. Y mientras le lanzas la pelota y el pobre vuelve como un niño con zapatos nuevos a devolvértela, en lugar de disfrutar de su ilusión y su compañía, tú sigues pensando en la cena, en las duchas, y en que no has descansado en todo el día y te mueres porque los niños se acuesten y puedas por fin irte a la cama. 

Y te vas por fin a ese momento tan deseado para dormir un sueño reparador que se niega a aparecer, porque tu mente se ve asaltada por imágenes de todo lo que no has podido hacer por falta de tiempo, porque el día no tiene suficientes horas. Que mañana te toca hacer la compra, que este fin de semana hay que limpiar en profundidad porque durante la semana solo has ido recogiendo, y aprovechar que hace buen tiempo para lavar y tender.

¿En serio es eso lo que has pensado? Querrás decir que hará mejor tiempo para desayunar en ese patio con el que siempre soñaste y que por fin tienes pero que no puedes disfrutar, para sacar a pasear a tu perro con tus hijos y tu pareja y dar un paseo por el campo, o para disfrutar de los hermosos rayos de sol de la primavera en esa playa maravillosa junto a la que vives, pero que apenas puedes pisar por falta de tiempo, o para tomar unas cervezas con tus amigos, a los que no ves porque ellos están tan ocupados como tú. 

Te viene a la cabeza cuánto necesitas unas vacaciones de verdad, no una semana en un todo incluido a un par de horas de tu casa. Te das cuenta de todos los viajes que te gustaría hacer, para los que, a pesar de la miserable vida que llevas, no tienes ni el tiempo ni el dinero suficientes. Claro que no puedes dormir. Es tu cuerpo el que está tumbado en la cama, no tu mente.

Y te pasan cosas que jamás te habían pasado: olvidas tu maletín del trabajo en cualquier sitio, no encuentras nunca las llaves o el móvil, sin el que ya eres incapaz de vivir, vas a pagar algo y no llevas dinero y te han caducado las tarjetas sin que te hayas percatado, recoges tarde a tus hijos, tienes pequeños accidentes ya sea porque te caes, o te das golpes sin darte cuenta, o chocas con tu coche contra una farola porque no estabas pendiente. 

Y empiezas a maldecir la vida que llevas, eso tan preciado que solamente pasa una vez y que se te está resbalando entre los dedos sin disfrutar mientras descubres que ya no eres un crío y deseas que te toque la lotería para comprar lo único que no está en venta: tiempo.

Es como si alguien te hubiera echado una maldición, porque, de verdad, es imposible que todo te pase a ti, no puedes tener un problema diferente cada día ¡No puedes más! Vas al médico agotado, insomne, malhumorado y te envía al psicólogo porque lo que tienes es estrés, y te entra la risa floja, esa que nos da cuando descubrimos que estamos luchando contra algo que no podemos vencer. ¿Psicólogo? ¿Con todo lo que tienes encima? ¿De dónde sacas el maldito tiempo? Entonces te receta unos antidepresivos para que te sientas mejor y unos somníferos para dormir. ¿En serio?
   
Ahora piensa que el resto de los seres humanos que te rodean viven exactamente igual que tú, con esa presión en la mente y en el pecho que no los deja parar en todo el día ni dormir en toda la noche. Que no los deja ESTAR en el momento exacto en el que su cuerpo y su mente al unísono tienen que trabajar juntos para ser conscientes de lo que sienten y de lo que hacen.

Vivimos en una sociedad en la que no somos personas sino piezas de un engranaje que no puede dejar de funcionar para que otros más astutos y más ricos disfruten de todo lo que tú deseas y no tengan que preocuparse de todo lo que a ti te da miedo. Para que eso siga siendo así, no te dejan tiempo para reflexionar sobre dónde estás, dónde quieres estar, dónde te mereces estar. 

Y tú, pobre diablo, sólo sabes dónde tienes que estar, y la mayor parte del tiempo no estás allí.

Comentarios

  1. Soberbio, María. GRACIAS. Yo tengo la receta para el carpe diem, y la cumplo, y todos deberíamos hacerlo. Pero agota igualmente la lavadora, la farola, la fractura y la factura, la prisa y el sinsentido. Has conseguido que nos den más ganas de ser felices. Bravo! Escúchate hoy por favor "Arriba los corazones", version de Ariel Roth, a toda pastilla.

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  2. Me identifico al 100% con ese no parar. Esos momentos en los que se puede disfrutar un café, un libro, un atardecer... son mágicos.

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