La niña que fui.

Mi infancia está teñida de olores: a pan recién tostado, castañas asadas, y olivos, a campos de trigo y flores silvestres, al olor de la piel blanca de mi madre y el perfume de mi padre. 

Cierro los ojos y recupero a la niña que fui, paseando un farol hecho con un melón tallado y una vela, jugando a polis y ladrones en la calle durante el verano, o nadando con mi hermano en la piscina y tomando el sol sobre el tejado del trastero de al lado. Casi no tengo momentos sin él, y me provoca una ternura infinita saber que nunca me dejó ni me dejará sola.

Mi adolescencia cambió los olores por los de los apuntes y los libros, por el del café de la universidad y el de la gasolina de mi coche cargado de chicas para ir hasta allí cada mañana. Y el calor sofocante del verano delante del ventilador, o el frío infame del invierno junto a la chimenea. Por los pájaros cantando en mi ventana en primavera y las noches de otoño en las que el viento hacía que se mecieran las pequeñas farolas de mi calle. 

Mi yo niña, mi yo adolescente, en otro universo, siguen recorriendo aquellas aceras en las que fui tan feliz.

Comentarios

Entradas populares