VEN CONMIGO.
-Hola
– digo al abrir la puerta. – No es necesario que entres tú – le digo a la
mujer.
Es
joven, muy bonita, parece una muñeca. No tendrá más de cuarenta años. Él es
alto, moreno y delgado, con enormes ojos oscuros.
-Déjalo
aquí conmigo, hablaremos un rato.
Una
vez que la mujer se marcha, el hombre y yo nos quedamos totalmente a solas. Le
invito a pasar al salón, como hago siempre. Él no parece muy contento con la
idea de quedarse aquí a solas con una desconocida. Es muy guapo. Si no
estuviera tan triste lo sería más aún, pero se lo nota que ha sufrido mucho.
Está sufriendo mucho. Me gustaría tener una respuesta para esa pregunta que me
hace con la mirada, pero no la tengo. No sé por qué hay cosas que le suceden a
ciertas personas, que, seguramente no se lo merecen. Él tiene cara de buena persona,
y su mujer también. Tampoco sé por qué hay hijos de puta afortunados por ahí, a
los que no les llega el famoso karma. ¿Qué voy a saber yo? Si tuviera todas las
respuestas, me dedicaría a otra cosa.
-¿Cómo
te encuentras?
-No
lo sé. ¿Cómo se sentiría usted si la persona a quién más quiere en el mundo se
negara a hablarle? Mis hijos… Bueno… Los chicos son otra historia. Ellos no van
más que a lo suyo. Ya no me acuerdo, pero también he tenido esa edad. Pero
ella… Sólo quisiera saber qué le he hecho para que me dé la espalda de esa
forma, pero cada vez que le pregunto se pone a llorar y luego se va dando un
portazo. A veces se mete en la cama y yo no me atrevo ni a tocarla, no sea que
se enfade más. Así que me quedo allí, sentado. Cuando despierto, ella se ha
marchado. Y así un día tras otro.
-¿Qué
me dirías si te dijera que tengo la solución a todo esto? Seguramente no será
lo que quieres oír, pero que, créeme, es la única que hay.
-Estoy
dispuesto a aceptar lo que sea, lo que me diga. Supongo que ella ya lo sabe,
por eso me ha traído aquí.
-Así
es. Seguro que desde ayer te ha estado diciendo que vendríais aquí, que
hablarías conmigo y que tenías que confiar en mí.
Él
simplemente asiente. Así que yo sigo hablando. He hecho esto tantas veces…
-¿Qué
es lo último que recuerdas?
-Esta
mañana…
Lo
interrumpo.
-No.
Lo último que recuerdas antes del dolor, antes de que ella cambiara totalmente
y no quisiera hablar contigo, antes de que llorase tanto.
El
silencio nos sobrevuela unos segundos. Luego, el joven empieza a hablar como si
estuviera viviendo lo que me está contando, como si hubiera entrado en una
especie de trance.
-Está
a mi lado. Ahora no está llorando, pero sé que lo hace a menudo porque esos
preciosos ojos verdes están siempre enrojecidos. Me coge la mano. Siempre me
coge la mano hasta que me duermo.
Las
lágrimas empiezan a caer a borbotones sobre las mejillas del joven.
-Hoy
no siento dolor. Es un alivio después de casi dos años de pruebas y
tratamientos. Al fin no siento absolutamente ningún dolor. Tengo sueño, pero no
quiero dormirme. Cada vez que cierro los ojos, ella llora, pero cuando los
vuelvo a abrir, se limpia las lágrimas y me retira el pelo de la frente. Oigo
su llanto lejano, como si hubiera eco. Me siento raro. Es como si flotara. Todo
está oscuro. Ahora estoy en nuestro cuarto, con ella, que está tumbada de lado,
mirando fijamente por la ventana. Finge que no me ve.
-No
finge. No te ve. Ni ella, ni tus hijos. No te están ignorando. No te ven.
Tienes que creerme. Cuando dejaste de
sentir dolor y de escucharla, lo que te sucedió es que moriste. Así es como lo
llamamos. Tenías que haber encontrado una señal, un camino, algo que te
indicara hacia dónde ir. Pero sólo sigues el sonido de su voz. Y ella ya no
puede ayudarte. Su llanto es para ti como un canto de sirenas que te atrae
irremediablemente. Ya sabe que si quiere ayudarte tiene que dejar de llorar.
El
joven hundió la cabeza entre sus manos un instante. Tardó unos segundos en
volver a hablar, pero, sorprendentemente, estaba más dispuesto a aceptar los
hechos que muchas otras almas que han pasado por mi casa. Su esposa había hecho
un buen trabajo.
-Mi
tarea es llevarte con alguien que te conducirá al lugar al que perteneces. Pero
debes seguirme voluntariamente. ¿Vienes?
No
contestó. Cuando me levanté del sillón, me imitó. Salí de casa y eché a andar
hacia el calvario del pueblo. A ojos del mundo iba sola, pero quienes me
conocen saben cuándo y por qué hago este recorrido, y algunos se persignaron al
verme.
Llegamos
a la hora justa y no estábamos solos. Otros como yo, otros como él, esperaban.
De la nada salió ella, una hermosa mujer con una túnica blanca. No siempre
aparece vestida así. Ni siquiera es siempre una mujer. Puede que no sea ni el
mismo ente cada vez. A veces es un animal, otras solo una luz o una brisa
atrayente. No sé de qué depende la forma que tome. Algunos empezaron a caminar
hacia ella nada más verla. Mi acompañante me miró:
-No
puedo irme – lloró – No puedo dejarlos.
-Ve
con ella. Tu familia estará bien. Al fin podréis descansar.
Él
la miró, totalmente fascinado, incapaz de pensar.
Ella
le tendió la mano:
-Ven
conmigo.
Él
la siguió, y en un instante todo desapareció tal y como había aparecido, y yo
volví sobre mis pasos.
No
necesito hablar con su esposa para saber que se acabaron los ruidos extraños,
los portazos inexplicables y los susurros. Pero ella sí necesita saber que su
marido ha encontrado el camino, y que está donde debe estar. ¿Dónde? Ojalá lo
supiera. Me llamo Magda, y soy guía de almas.
Comentarios
Publicar un comentario