PASOS.


¿Qué ha sido eso? ¡Dios mío! Creo que ha entrado alguien en casa. ¡Joder, joder, joder! Calma. Igual estabas soñando y te ha parecido algo que no es. Sí. No hay duda. Hay alguien más aquí dentro. Son pasos. Quien quiera que sea está en la planta de abajo. ¿Cómo es que no he oído la puerta? ¡No me lo puedo creer! Me he dejado el móvil en el salón. Tranquila. Respira. Inspira tres, aspira cuatro. Inspira profundamente: Un, dos, tres, Expira: Un, dos, tres, cuatro. Otra vez. Así está mejor. Tienes que estar tranquila. Tienes que pensar. Silencio. No se oye nada. ¡Sí, sí, sí! ¡Lo oigo!¡Está en la cocina! Acabo de oír el cajón de los cubiertos.
Mira que me lo han dicho veces. “Vives sola. Tienes que poner una de esas malditas alarmas. Y lleva siempre el móvil contigo a la hora de dormir. ¿Qué pasa? ¿Eres la única persona que tiene un despertador analógico en estos tiempos? ¡Por favor!  Si usaras el móvil como alarma, siempre lo tendrías en la mesita de noche”.
No oigo nada. Lo único que siento son los latidos de mi propio corazón amartillando mis sienes. Tengo que levantarme y hacer algo. ¿Pero a dónde voy? Hacia abajo no voy a ir ni de coña. A ver, podría subir a la terraza y gritar desde allí. Seguro que alguno de los vecinos se despierta. Cuando era jovencita, mi madre siempre me decía que, ante una situación de peligro, gritara: “¡Fuego!” a todo pulmón. ¡Maldita sea! La terraza está cerrada con llave, no he subido en todo el día. También es casualidad, que me paso la vida allí poniendo lavadoras y tendiendo y hoy no he subido para nada. Las llaves están en el bolso. ¡Y el puto bolso está en la percha de la entrada! ¡Piensa! ¡Piensa! Tenía que haber bajado mientras el intruso estaba en la cocina. Si hubiera caminado rápidamente y descalza, a lo mejor podría haber salido a la calle sin que se diera cuenta. ¿Pero por qué me tiene que pasar todo a mí?
¡Vale! ¡Lo tengo! ¿Y si me levanto, hago la cama con cuidado y me meto debajo de la cama? Pensará que no hay nadie. Que se lleve lo que se quiera llevar y se largue. ¡Pero si yo no tengo nada! Aquí no hay dinero, ni joyas. ¿Y si es alguien que sabe que vivo sola y lo que pretende no es robar, sino violarme y matarme después? Mi amiga Sandra siempre dice que el que entra a robar, sabe dónde entra. Debajo de la cama, no. En el armario. ¡Está subiendo las escaleras!
Venga, estiro bien la cama, pongo los cojines, y para adentro. No sé si voy a poder aguantar mucho aquí. Espero que se vaya pronto. ¡Los pasos se acercan! ¡Está delante de la puerta! ¡Dios!
“Mayte, sal de ahí, corazón. No tengas miedo. Soy yo. Soy Lola, la enfermera. Dame la mano. Nadie quiere hacerte daño. Venga, cariño, te prometo que te voy a dar algo que te va a ayudar a dormir. Mañana es día de visitas. No querrás tener mala cara cuando venga tu familia a verte. Eso es. Dame la mano, cielo. Ahí dentro no puedes respirar. Muy bien. Así, despacito”
¿Qué lugar es este? Pero si este no es mi cuarto. Parece… Parece una habitación de hospital. ¿Y quiénes son estos dos? ¡Ay! ¿Qué ha sido eso? ¡Joder, la tía esta me ha pinchado! Creo que me estoy mareando…

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