Mi arcángel.

Porque duele, aún no he sido capaz de sentarme a escribir sobre él durante muchos años. Por eso y porque conservo la ilusión, la misma que arrastro desde que murió mi padre, de que no se fue, de que, en realidad, hizo su vida lejos, en otro lugar, y por eso no nos vemos. Como si no se hubiera perdido nada por culpa de una marcha prematura, como si tuviera un hogar, una familia en alguna parte y fuera inmensamente feliz, como si pudiera pulsar una tecla y escuchar su voz. 

Yo tenía un amigo...y cuando digo "amigo", la palabra quema en mi pecho, porque nunca he tenido otro igual. Solía llamar a mi puerta cada vez que pasaba por ella, y eran muchas, teniendo en cuenta que vivía un poco más abajo. En la calle Norte, no todos los jóvenes nos juntábamos ya, cuando llegamos a la adolescencia, pero todos nos conocíamos y habíamos jugado juntos en las largas noches de verano.

Llamaba al timbre y yo ya sabía que era él. Hablábamos, reíamos, tomábamos café y a veces jugábamos con un boli y un papel a eso de escribir nombres de animales, marcas, ciudades... Es maravilloso estar junto a alguien que no te juzga, a quien simplemente le gusta pasar tiempo contigo. Mi madre le decía siempre: "Como me vuelvas a quemar el mantel, cobras" Y él, cuando ella se iba, me recriminaba tener que pagar las culpas por algo que yo hacía más de la mitad de las veces. Pero mi madre no sabía que yo fumaba. Nunca me he reído tanto con nadie como con él. Sólo tenía que marcar su número, y aparecía. 

Algunas tardes, nos íbamos en autobús a Jaén y nos comprábamos ropa. Siempre, siempre probábamos los perfumes. ¡Menuda peste en el bus de vuelta! En la disco de verano nunca se ponía a mi lado porque decía que yo no sabía bailar. 
Entonces no nos hacíamos tantas fotos, pero estoy segura de que algún álbum antiguo alberga una en casa de mi madre.
La última imagen suya que conservo está en el vídeo de mi boda, otra cosa que jamás, hasta ayer, buscando su recuerdo, había vuelto a ver.

Todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo, por ejemplo, el  día del atentado de las Torres Gemelas. Yo recuerdo exactamente el momento en el que recibí la noticia de su muerte. Yo ejercía como profesora de Escuela de Idiomas, y estaba haciendo exámenes orales. Salí a beber agua y mi entonces marido, que sabía lo que significaba para mí, me tomó de los hombros y me lo dijo. Me apoyé contra la pared y le supliqué: "Por favor, por favor, no me lo digas", como si así pudiera evitar que hubiera sucedido. Y ese dolor sordo, insondable, que acompaña al anuncio de algo que sabes que hará que tu vida ya no sea igual, que ya no esté completa, me invadió.

Ya nadie escribe cartas, pero por entonces nosotros nos escribíamos. En la última carta suya que conservo como oro en paño, hablaba de venir a vernos a Melilla.

No pude ir a su entierro, pero cuando volví al pueblo, lo primero que hice fue visitarlo. 
En aquel momento tomé conciencia de que se había ido para siempre. Se acabó comprarle regalos en mis viajes, llamarlo para quedar cuando iba de vacaciones, hablar de sus planes y de los míos.

"En vuestro recuerdo viviré", reza su epitafio. Y ahí está, en un rincón privilegiado de mi memoria, joven, sonriendo y lleno de vida. Quizás esta sea la única forma de que me acompañe siempre. Tenía nombre de arcángel, Miguel, y si es verdad que existe un lugar más allá de la vida, allí estará, con su madre, a la que tanto quería, seguro que mejor de lo que hubiera estado aquí.

Una lástima que siempre se vayan los buenos, y que por ello quienes formamos parte de su vida, tengamos una astilla en el corazón. 

Comentarios

  1. Pues si...es lo que nos queda, el recuerdo: mientras los recordemos no acaban de irse.

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  2. Me siento tan identificada..., Cada frase me hace pensar que mi padre me espera también en algún lugar desconocido donde no puedo verle, aunque debe ser muy cercano, porque lo sigo sintiendo junto a mí.

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    1. Están con nosotros. No sé cómo, ni dónde, pero se dejan sentir. Besos.

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