Una Navidad inolvidable.


La bocanada de aire frío le heló el pecho al tiempo que le provocó la tan deseada sensación de alivio. Había sido una dura jornada de trabajo, en estas fechas próximas a la Navidad siempre lo son. Además de la iluminación propia de la época, que en Nueva York roza lo esperpéntico, el otro indicio de que se aproximaban las fiestas eran las tiendas llenas de gente comprando regalos y el bullicio de las calles. Exhaló el aire de golpe y por fin se atrevió a bajar la pequeña rampa que conducía a la calle y se mezcló con la multitud.
          Hacía un frío gélido, prueba inequívoca de que iba a nevar, como siempre por esta época. Ya se había acostumbrado al clima, pero los mocasines que formaban parte de su uniforme, que cubrían unos pies dentro de unos finos calcetines negros, no eran precisamente el mejor calzado para una noche como esta. Se abrochó el abrigo gris oscuro y escondió la barbilla bajo la solapa que había levantado para ese fin pues, como de costumbre, se había dejado la bufanda en la oficina.
          Dirigió sus pasos hacia el hipermercado frente al que pasaba de camino a casa. Al día siguiente, domingo, no tenía que trabajar, y su único plan consistía en levantarse tarde y no quitarse el pijama hasta el lunes, cuando ya no le quedara más remedio. Decir que la semana había sido agotadora, era quedarse muy corto. Necesitaba comprar lo necesario para una noche de sábado: un buen vino, algo de picar, unos bombones, y también algo para desayunar. Cogió una cesta en la entrada y siguió caminando hacia la zona de delicatessen, que era donde pensaba conseguir lo que había venido a buscar. ¡Qué demonios! Un día es un día y se lo había ganado a pulso, o eso gritaban sus pies. Justo al girar hacia la sección de vinos una visión lo hizo detenerse en seco. Si hubiera tenido tiempo, habría echado a correr, pero lamentablemente ya era tarde para eso. No le quedó más remedio que mantener el tipo estoicamente, viendo como el que consideraba el amor de su vida se acercaba a él con una amplia sonrisa en el rostro y un brillo familiar en la mirada.
-¡Dios mío, Fran! – dijo el joven – No esperaba verte aquí.
-Es un hipermercado, ¿no? Tengo que comer – le espetó con su ironía habitual intentando aparentar que el encuentro no le había afectado en absoluto, cuando en realidad estaba seguro de haber oído el sonido de su alma al estrellarse contra el suelo justo en el instante en que sus miradas se cruzaron.
El joven lo miró sin dejar de sonreír.
-Es un placer ver que hay cosas que nunca cambian. Lo de que no esperaba verte lo he dicho porque suelo venir mucho por aquí y nunca te había visto.
-Será porque sabía que venías mucho por aquí.
Fran no sonreía. Se había sorprendido mucho porque si se había decidido hoy a entrar allí era porque creía que Dan se había ido de la ciudad hacía un par de semanas. Quien quiera que le diera esta información, pagaría por ello. Estaba tan abrumado que casi no podía hablar. Dan, sin embargo, lo necesitaba.
-¿Cómo estás? Debe hacer…
-Diez meses, Dan. Hace diez meses que no nos vemos.
-Estás genial. ¿Sigues en los grandes almacenes?
-Sí. Ahora soy jefe de planta. – carraspeó un poco.
-Vaya, me alegro muchísimo por ti. ¿Sabes algo de los demás?
-Todo sigue más o menos igual. Miriam y Jason siguen disfrutando de su bebé, Tatiana sigue en su peluquería, y con su novio… El único que no está eres tú.
No había querido sonar desagradable, pero sabía que había sido así.
-Me encantaba ser vuestro amigo… Me encantaba ser tu amigo. Me gustaría charlar contigo, si tienes algún hueco.
-Ya estamos charlando – dijo Fran aparentando indiferencia, mirando hacia ambos lados en claro gesto de incomodidad.
-Venga. Fran. Sabes lo que quiero decir. – Dan también había dejado de sonreír. Ahora lo miraba con gesto abatido. Creía que Fran se alegraría de verlo, pero no había sido así. En el fondo comprendía su actitud. En diez meses apenas habían intercambiado unos mensajes, y eso al principio, después ni eso.
-Está bien. ¿Quedamos mañana para tomar un café? – “Adiós a mi día de pijama”, se lamentó mentalmente.
-¡Genial! – los ojos turquesa de Dan volvieron a brillar - ¿Dónde siempre?
-Donde siempre – asintió Fran entre sorprendido y escamado.
El camino de regreso a casa se le hizo bastante más largo de lo habitual. El metro estaba abarrotado, y tuvo que hacer todo el trayecto de pie, con la bolsa de la compra bien sujeta entre las piernas.
Le había costado tanto recomponer su vida después de que Dan se marchara, que ahora no quedaba en ella ningún hueco para él. No iba a mentirse a sí mismo diciéndose que ya no pensaba en el que un día consideró el amor de su vida, por supuesto que lo hacía, más que nada para preguntarse qué pudo suceder para que de la noche a la mañana lo dejara sin más explicación que la de que ya no sentía nada por él. Y dolió. ¡Dios, cómo dolió! Todo el proceso fue para él como una tragedia griega, desde que escuchó de sus labios que se marchaba hasta el día en que por fin sacó de su apartamento las cosas que había ido dejando en cada visita. Fran lloró. Lloró mucho. Dejó de comer y, excepto por el trabajo, también dejó de salir. De no haber sido por Miriam, se habría dejado morir. Es lo que tiene vivirlo todo con la intensidad con que él vivía la vida, que los buenos momentos son una bendición y los malos, una desgracia irreparable.
¡Qué bonita estaba su calle adornada con las luces de Navidad! Al contrario que el centro, había unas cuantas luces colgantes y poinsetias adornando las farolas.
Justo cuando se disponía a entrar a su bloque de apartamentos, tuvo la valentía de reconocer que tenía que contarle a alguien lo de su encuentro con Dan, así que soltó la bolsa en el suelo y sacó su móvil.
Al otro lado de la línea, una voz de mujer contestó sonriendo:
-¡Vaya, vaya! ¿A qué debó este honor?
Fran sonrió también, sintiendo como una caricia aquella voz cantarina que hacía semanas que no oía:
-Has sido elegida para la mejor selección de rebajas de la tienda.
Una carcajada femenina.
-¡Anda! ¿Quién lo hubiera dicho?
-¿Qué haces? – preguntó.
-¿Te refieres a ahora mismo, o a estas semanas en las que ni me has mandado un mensaje?
-Sigue así y verás cómo te cuelgo.
-Vale, vale. Pues Jason está en una cadena de televisión para unas entrevistas y la peque y yo nos hemos quedado en casa. ¿Por qué?
-Yo… - titubeó un instante – Acabo de llegar a mi casa. Bueno, aún no he entrado… - De repente lo soltó – Me he encontrado con Dan y hemos quedado para tomar un café.
La voz de Miriam sonó tan sorprendida como él esperaba:
-Pero si se había marchado de la ciudad, ¿no?
-Bueno, nena, no es un árbol. Ha vuelto. Tenía que decírselo a alguien.
-¿Quieres venir a cenar y charlamos?
-No, no, de verdad. Sólo tenía que soltarlo. Te llamaré y te contaré cuando hayamos hablado.
-De acuerdo. Te quiero.
Fran lanzó un sonoro beso al teléfono, colgó y entró en su portal. En cuanto encendió la luz, vio a Dan apoyado en la barandilla de las escaleras.
-¡Joder, qué susto! – casi gritó, dejando caer la bolsa.
-Eres tan romántico… -soltó Dan echándose a reír.
-¿Qué haces aquí?
-No podía esperar. Verte me ha traído tantos recuerdos…
-No te entiendo, Dan. Fuiste tú quien se marchó. Estabas aburrido, nuestra relación ya no te llenaba, no estabas enamorado de mí.
Dan se mordió la parte interna de la mejilla, antes de hablar.
-Eso era lo que creía, pero estaba equivocado. Volví a casa, estuve trabajando en la inmobiliaria de mi padre, intenté seguir adelante solo y cada día que pasaba más cuenta me daba de mi error. En un mes estaba tan arrepentido que quería volver a buscarte.
-Nunca me dijiste nada.
-Porque sabía cuánto daño te había hecho, y que no querrías volver conmigo.
Ambos estaban peligrosamente cerca el uno del otro. Dan tomó por los brazos a Fran.
-Te he echado tanto de menos… Tus exageraciones, tu imaginación, tu forma de ver la vida… No ha habido un solo día en el que no haya pensado en ti.
-Yo no sé qué decir. No esperaba esto. Ni siquiera pensé que volvería a verte. Lo siento, no puedo – dijo dando unos pasos hacia atrás, con los ojos llenos de lágrimas.
Dan lo miró con gesto abatido, aunque lo comprendía perfectamente.
-No puedes pretender marcharte de aquella forma y volver ahora, diez meses después, como si nada hubiera pasado.
-Lo sé. Y lo siento. Dime al menos que pensarás en ello. Por favor. – suplicó al fin.
Fran cogió su bolsa del suelo y echó a andar camino del ascensor, notando cómo su brazo perdía por fin el contacto con la mano de Dan, que este dejó caer sintiéndose derrotado. No se atrevió a decir nada más.
La luz del portal se apagó y el reflejo verde y rojo de las luces de la calle invadió el espacio entre los dos. La puerta del ascensor se abrió y la luz volvió a encenderse. Fran, se volvió con el rostro más relajado y soltó:
-No pongas esa cara. He dicho que no puedo hablar de ello ahora, no que no vaya a poder nunca.
El rostro de Dan se iluminó con una enorme sonrisa que sus ojos también reflejaron. Cuando el ascensor se cerró, salió a la calle y respiró hondo bajo la farola de la entrada. Tal vez, solo tal vez, no todo estaba perdido. Tenía por delante unos días entrañables para recuperar la confianza de Fran, y eso ya era mucho más de lo que había imaginado cuando despertó aquella mañana.
(Fran es personaje secundario de la novela de Maya Moon Donde está el corazón.)

Comentarios

Entradas populares